23 abril, 2010

El Alma que Lee (Capítulo 7)


Por fin me habían dejado salir de aquel odioso hospital, no echaría de menos el olor, la frialdad, los medicamentos; pero extrañaría mucho el cariño de las enfermeras y a los guapos, jóvenes y simpáticos residentes.
Acaba de llegar a casa y me había acomodado en mi cama. Me sentía tranquila de volver a estar allí. Respiré el aroma al perfume de lavanda de mi madre, junto al suavizante de la ropa y el ambientador de flores, y supe cuánto había deseado regresar.
Estaba tumbada en la cama con las piernas cubiertas por una fina colcha, cuando mi hermana entró muy despacio con un vaso de leche caliente y galletas de chocolate. Sonreí al ver la expresión de Vicky, parecía una ladrona intentando entrar sin que la descubriesen.

- Vicky, estoy despierta – debido a la sorpresa la bandeja estuvo a punto de caer, pero gracias a su perfecto cuerpo de gimnasta, lo sostuvo en equilibrio.
- Me has asustado.
- Lo siento, pero no creí necesario seguir riéndome de tu gran pose de delincuente amateur.
- Ja ja. Qué risa – pero no le importó, me dedicó una sonrisa y me puso la bandeja sobre las piernas – Tómate esto y después descansa un poco, ¿vale?
Se sentó junto a mí y juntas nos comimos aquel conglomerado de calorías mientras hablábamos.
- ¿Esos pendientes son nuevos? – interrogué.
- Aja. Son los que me regaló Aremis por mi cumpleaños.
La miré sorprendida, eso no me lo esperaba.
- ¡¿Qué?! Son muy bonitos, parece que la chica tiene buen gusto – no dije nada, pero una sonrisa se mostró en mi interior - ¿Sabes algo de Jake? ¿Ha llamado? – preguntó Vicky con la boca llena.
- No – la miré – La verdad es que no entiendo por qué después de todos los mensajes que le he enviado y los que le he dejado en el contestador no ha sido capaz de enviarme un simple: “Hola, estoy vivo”.
- No deberías preocuparte por eso, sigue vivo – su hermana se arrepintió de lo que acababa de decir por el gesto en el que se contorsionó su cara.
- ¿Cómo estás tan segura?
- Pues… Verás… El último día de clase, cuando volvía, pasé por “el parque” y lo vi sentado en uno de los bancos – ella se encogió esperando la rabieta, que jamás llegó.
- Se siente culpable, piensa que él tiene la culpa de lo que me sucedió.
Mi hermana me besó la frente y cogió la bandeja.
- No pienses más en eso. Túmbate y descansa, el médico a recomendado una semana mínimo de reposo, aunque conociéndote si aguantas dos días será un milagro, así que esos dos días tienes que descansar.
Oí como la puerta se cerraba y baje mis párpados contemplando aquella oscuridad. Finalmente me dormí.
Me desperté una hora después y necesitaba levantarme. Mis piernas me lo pedían, mis brazos, mi espalda; me lo gritaban mis articulaciones, así que lo hice. Me estiré como acostumbraba a hacer, como un gato, olvidándoseme por un instante el dolor que eso me causaría y reprimí un grito, mientras maldecía mi mala memoria, tal vez el golpe en la cabeza me había afectado en ese sentido. Todo era posible.
Me paseé por la habitación y me detuve a mirar un cuadro que tenía colgado en la pared. Lo elegí yo misma cuando apenas tenía tres años. Aun recordaba la sensación cuando lo vi en aquella tienda.
El dependiente dijo que no estaba a la venta pero cuando comencé a llorar y mi padre sacó su billetero, aquel hombre cedió. En él aparecían dibujados un hermoso prado verde cubierto por flores y tres plumas que caían desde el cielo. Jamás comprendí por qué quise aquel cuadro con tanta urgencia, era precioso y me transmitía una gran paz, pero no iba más allá de eso.
Cogí el libro que mi madre me compró mientras estuve en el hospital, pero que no había abierto, ni siquiera sabía de lo que trataba; y me senté en la cama cubriéndome con aquella colcha. En ese momento oí que llamaban al timbre. Al poco la puerta de mi habitación se abrió y no pude reprimir una gran sonrisa y un grito.
- ¡Aremis! – la observé mientras se dirigía hacia mí. Estaba más delgada y cuando se sentó a mi lado vi sus ojeras y también me di cuenta de cómo me examinaba intentando evitar que se notara, pero no hice comentarios al respecto.
- Hola, Iride – habló con una sonrisa forzada, pero en sus ojos detecté aquella tristeza que parecía culpabilidad y me sentí del mismo modo, porque yo tenía la culpa de que ella se encontrara así - ¿Cómo estás? – me preguntó intentando sacar tema de conversación y arrepintiéndose de aquel comentario en el mismo momento en el que salió de su boca.
- Muy bien – en parte era cierto y yo sólo quería que sonriese para mí, pero no lo hizo y me entristecí – Tu hermano es muy simpático, se parece a ti – solté aquello con la intención de suavizar el ambiente pero el silencio aumentó entre nosotras – Me dijo que te ibas a Irlanda pero yo quería hablar contigo antes – el saber que se marchaba hacía que me sintiese vacía, como si me faltase algo, pero yo no podía impedirle nada, quería hablar con ella antes de que se fuese; para despedirme, por supuesto; pero también para encontrar explicación a “aquello”.
- Claro, lo veo justo después de cómo me he portado – añadió suspirando y forzando una sonrisa a desgana.
- Me has salvado – le dije con determinación, ella sonrió, otra vez, pero no era la verdadera, la que yo quería ver. – Quería agradecértelo en persona – supe que había llegado el momento de hablar de lo sucedido, respiré hondo mientras miraba el suelo, y cuando reuní suficiente valor la miré a los ojos. Los observé, se habían tornado de un precioso color verde, y dije lo que había contenido – Pasó algo extraño en el accidente.
Ella se quedó callada, mirándome fijamente y riendo con nerviosismo.
- No sé de qué me hablas, Iride – comentó. Sabía que mentía, ella misma se había delatado pero tenía el mismo terror que yo. El hecho de ignorar lo sucedido me atemorizaba.
- Lo sabes perfectamente. Me oíste. Lo sé – si no me hubiese oído Aremis no habría reaccionado a mis palabras durante el accidente y necesitaba explicaciones, por ahora ella era tal vez la única que yo creía posible que me las pudiera dar.
- Puede ser – murmuró. No pude evitar pensar que tal vez su miedo era peor que el mío e intentaba negar lo que había ocurrido
- No, sabes que es así y lo niegas, ¿no te das cuenta de que estoy confundida y que no entiendo lo que está pasando? – sentía que la frustración que había sentido durante más de una semana me iba a hacer estallar.
- Iride, ¿no te das cuenta de que yo tampoco?
La miré sorprendida y comprendí que no era la única que se sentía de aquella manera. Nuestros ojos se encontraron y comenzamos a reír a la vez. Ambas habíamos contenido tanto nuestras preocupaciones que no nos habíamos dado cuenta que eran las mismas.
- Basta, me duele todo – dije, y era verdad, pero a pesar de todo continué riendo, había echado de menos aquel sonido y me gustaba.
Volvimos a observarnos.
- No sé lo que ocurre – añadió – Pero pienso averiguarlo – lo dijo con tal seguridad que entendí el porque de la idea de viajar y tomé la decisión de hacer lo mismo. Investigar hasta descubrir la verdad, pero en mi caso creía que estaba más cerca de lo que podía llegar a imaginar.
- Por eso te vas – no fue una pregunta, pero ella asintió corroborándolo – Yo creo que encontraré las respuestas quedándome. ¿Sabes algo de Jake? – cambié de repente de tema, pero también necesitaba saber de él.
En cuanto dejé aquel otro asunto de lado, Aremis se mostró más relajada.
- Tranquila, vendrá – lo dijo con tal seguridad que supe que hablaba en serio. Me hizo sentirme mejor, pero cansada, muy cansada. Había retenido mucho durante demasiado tiempo – Ah, por cierto, traigo recuerdos de parte de un ligue de tu hermana. Robert.

No me lo podía creer, ya ni me acordaba. Después de tantas emociones en quien menos había pensado había sido en él. Estaba claro que después de lo mal que me había portado con aquel chico debería pedirle perdón, no sabía cuándo, pero debía hacerlo. Una vez decidido aquello, suspiré. Tenía otra obligación. Otro asunto pendiente.
- ¿Qué sucede? – me preguntó Aremis un tanto extrañada.
- Esa es otra larga historia y otro asunto pendiente que debo resolver – contesté sonriendo intentando ocultar mi cansancio, mi tristeza.

Debió de sentir mi agotamiento porque en seguida decidió marcharse. Nos despedimos, yo deseándole suerte con el viaje y ella con mis investigaciones, pero antes de salir por la puerta me fijé que se detuvo a mirar aquel cuadro. Y nunca supe que pensamiento cruzó su mente, pero sonrió. Tal vez por eso lo quise cuando era pequeña, lograría que viese la verdadera sonrisa de Aremis cuando más la necesitaba.
Después me quedé sola, contemplando las blancas paredes de mi habitación en un silencio que parecía eterno. Respiré profundamente, sonreí y abrí aquel libro por la primera página.
“Siempre hay un vinculo que nos une a alguien…”comenzaba diciendo.
Desde que Aremis se había ido habían pasado dos días. No era demasiado pero a mí el tiempo me resultaba cada vez más largo y pesado debido a que en mi casa parecía que todo transcurría lentamente.
Ya había alcanzado la mitad del libro, lo cierto es que era un poco extraño. Trataba de la unión de las almas; al principio me costó entenderlo pero decía algo así como que cada alma posee un vínculo con otra, porque se complementan, aunque se quieran alejar tarde o temprano volverán a encontrarse. Lo cierto es que me resultó interesante y extrañamente atrayente aquel tema. Quería ir a la biblioteca a buscar información pero no me dejaban salir de casa y yo me estaba asfixiando.
Me encontraba mirando por la ventana de mi habitación, ausente; cuando noté que había alguien más conmigo. Me giré y me crucé con los ojos que había estado esperando ver desde el accidente. Era Jake.
- Hola – saludó.
Lo observé. En su cara se veían claros reflejos de preocupación, culpabilidad, arrepentimiento.
- Hola. Dichosos los ojos que te ven – le dije quedamente.
- No debería haber venido.
- Jake.
- Lo comprendo.
- Jake.
- Es lógico, de verdad. No te preocupes – él no me miraba a la cara por eso no era consciente de mi sonrisa – Me voy.
Salí corriendo olvidándome del dolor y lo abracé lo más fuerte que pude antes de que fuera capaz de darse la vuelta y marcharse.
- ¿Iride? – las lágrima caían por mi rostro, no eran de tristeza sino de alegría. Su olor, su calor, sus brazos rodeándome; jamás creí que podría volver a verle. Aunque él nunca sintiera lo mismo que yo me alegraba tenerlo allí una vez más.
Me aparté y me enjugó las lágrimas dulcemente.
- Estoy muy enfadada contigo, Jake.
- Lo sé. Yo tuve la culpa y…
- ¡¿Me quieres escuchar?! Aun no he terminado – me observó sorprendido – Estoy enfadada porque no me has llamado, ni me has visitado, ni nada. No me importaba el hecho de que vinieses a ver a la lisiada yo quería verte a ti para saber que estabas bien.
- ¿Yo? ¿Bien? Por Dios Iri, tú fuiste la que fue atropellada, yo no importaba ni importo.
- A mí sí – él me miró fijamente a los ojos – Tú no tuviste la culpa, Jake. Cuando crucé la calle no venía ningún coche, sólo fue eso, un simple accidente. Aunque por otro lado, no puedo dejar de pensar que pasó porque debía pasar.
Por su cara no comprendía a qué me refería.
- Me he dado cuenta de que la vida nos manda señales y yo últimamente he recibido muchas, por eso voy a dejar de ignorarlas. Acepta las que te envíe, si yo no te culpo de nada, ¿por qué deberías condenarte tú mismo?
Me acarició la cara con suavidad y mi corazón se aceleró; suspiró, cerró los ojos y luego los abrió para posarlos sobre los míos.
- Lo siento, Iri – estaba a punto de abrir la boca para corregir su comentario cuando continuó – Lamentó haberte preocupado al no responder tus mensajes ni ir a visitarte. Soy un idiota.
- Sí, lo eres – respondí contundentemente – Pero es parte de tu encanto – él sonrío y aquellas palpitaciones se detuvieron para continuar al instante más fuerte que antes.
Me atrajo hacia él y me abrazó con sumo cuidado como si corriese peligro de romperme si apretaba demasiado. Aquel gesto llenó gran parte del vacío que habitaba en mi pecho porque sabía que el resto iba destinado a Aremis.
Estuvimos un tiempo abrazos, quietos, sin decir nada; después me besó la frente y la mejilla.
- Me alegra mucho saber que estás bien – murmuró mientras me observaba.
Le sonreí.
- Ahora me tienes que compensar para que te perdone – me miró con suspicacia.
- ¿Y qué es lo que tengo que hacer?
- Por ahora, acompañarme a la biblioteca.
- Pero si no puedes salir.
- No es que no pueda, es que no debo. Y no aguanto más encerrada aquí.
Él se echó a reír y sostuvo la puerta abierta mientras cogía la chaqueta. Antes de salir de la habitación observé la sonrisa que se mantenía en sus labios y volví a abrazarle.
- No sabes cuánto me alegra que hayas venido – le susurré al oído – Por que te quiero mucho, Jake.
- Yo también te quiero, Iri.
Me aparté sonriendo, pero en mi pecho llevaba el peso de la verdad. Yo lo amaba, él solo sentía por mí amistad. Y aquella pesada carga que transportaba junto a mi corazón era mi amor por él.

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