10 abril, 2010

El Alma que Lee (Capítulo 5)


Abrí los ojos. La luz me molestaba. Los volví a cerrar. Respiré profundamente y me arrepentí. De mi boca surgió un gemido.
El dolor se extendía por todo mi cuerpo al mínimo esfuerzo. Volví a respirar y continué sintiéndolo. Sonreí.
Levanté los párpados y observé el lugar en el que me encontraba. Una sala pequeña, iluminada por los rayos de sol que entraban por una diminuta ventana. El olor a desinfectante entraba por mis vías respiratorias y me provocaba náuseas.

Definitivamente estaba en un hospital. Pero al menos estaba viva. Recordaba casi todo lo sucedido aunque con cierto escepticismo, no porque no fuera abierta de mente, sino más bien por el hecho de ser yo la que tuviera relación con esos extraños sucesos que habitaban en mi memoria.
Intenté levantarme pero no había manera, me dolía demasiado pero a pesar del sufrimiento sentía una gran satisfacción. Había burlado a la muerte. Recapacité un instante sobre eso. No era posible engañar a ese ser que había existido desde el inicio de la existencia, lo más probable era que, como hube pensado durante el accidente, aun no fuera mi hora.
Entonces oí susurros en la entrada de la habitación.
- David, deberías ir a esa reunión. Iri ahora está bien. Me quedaré con ella. No te preocupes – reconocí la dulce voz de mi madre.
- Lo sé, Rachel. Pero prefiero quedarme aquí hasta que se despierte – me extrañó, pero era la atronadora voz aunque susurrante de mi padre.
- Bien, si te quedas más tranquilo, cariño.
- Ajá, ya he llamado a la oficina y comprenden la situación – percibí un prolongado silencio al que siguió un lloriqueo y un largo y profundo suspiro – Tranquila, cielo. Ella está bien, ya has oído a los médicos, solo necesita reposo.
- Pero no dejo de pensar, y si no estuviera bien, y si aquel coche me hubiera arrebatado a mi pequeña, y si…
- Ey, deja de pensar esas cosas. Lo importante es que está bien. No ha pasado nada de eso. Tranquilízate, amor – nunca había oído a mi padre hablar con tanta dulzura, pensé en llamarles pero decidí esperar y no interrumpir el momento. No tardarían mucho en entrar.
No me equivocaba. Al cabo de unos instantes la puerta se abrió. Mi madre se restregaba los ojos para enjugarse las lágrimas pero además pude registrar los síntomas del cansancio en ambos al detectar sus profundas ojeras.
- Hola… - hablé.
Mi madre se quedó blanca y comenzó a llorar sin parar mientras que saltaba encima de la cama y empezaba a darme besos.
- Mamá no puedo respirar – me reí.
- Cielo lo siento – me acarició tras apartarse.
- Tranquila mamá – la observé sonriendo - ¿Otro achuchón?
Ella se rió aunque sin parar de derramar lágrimas y me abrazó, pero esta vez con más calma.
- Mi hija sigue conmigo. Gracias, Señor – susurró en mi oído.
Mi padre se acercó por el otro lado de la cama y cuando mi madre se alejó, me besó la frente. Me sonrió y me acarició suavemente la cara. Si me extrañó la dulzura que había notado antes, esto fue mucho más, era algo lleno de candor. Mi padre era un buen hombre, gran marido, trabajador, luchador, inagotable, se esforzaba por alcanzar lo que anhelaba. En cierto sentido deseaba ser como él, pero no estaba a favor de mostrar debilidad y tampoco era famoso por su sensiblería. Por eso debió casarse con mi madre. Se complementaban a la perfección.
- Por fin te has despertado, llevas tres días durmiendo – dijo.
- ¡¿Tres días?!
- Sí, ya es miércoles por la tarde, debido a las fracturas los médicos recomendaron tenerte sedada para que no sintieras tanto el dolor, además era necesario que descansases para recuperarte – explicó mi madre.
- ¿Cómo te sientes? ¿Quieres algo? ¿Necesitas que llamemos a la enfermera?
- Papá… Tranquilo – dije dedicándole una sonrisa – Estoy bien, un poco magullada, pero viva. En cuanto a querer… No me vendría mal un vaso de agua fría, tengo la boca pastosa.
- ¿Algo más para la señorita? – preguntó él cambiando la entonación de su voz.
- Um, qué tal algo de chocolate.
- Eso está hecho. Ahora mismo vuelvo – me volvió a besar en la frente y se marchó.
- Papá está muy diferente desde la última vez que lo vi, y sólo han pasado cuatro días. ¿Qué me he perdido?
- Nada, Iri. Tu padre ha estado muy preocupado, como todos. Ha suspendido sus reuniones y avisado a la oficina. Además, ha pasado todas las noches en vela en aquel sillón – dijo señalándome lo que me pareció una incómoda butaca – No me dejó quedarme, me obligó a que me fuera a casa a descansar, pero dio lo mismo, en casa tampoco pude dormir.
- Mamá… Si ya os habían dicho que estaba bien, no sé por qué seguíais preocupándoos.
- No se puede hacer nada, es un gen que llevan los padres incorporado. Tu padre y yo sabíamos que hasta que no volviésemos a oír tu voz y ver tu sonrisa no podríamos estar tranquilos.
Observé que junto a mi cama había un jarrón con margaritas blancas.
- ¿Y estas flores? – pregunté.
- Las envió Jake.
- ¿Ha estado aquí? – me di cuenta que lo había dicho con ilusión en la voz.
- No. Las trajeron de la floristería.
Me invadió la tristeza.
- ¿Y Vicky?
- Tu hermana ha estado pendiente de ti en todo momento. Se ha estado encargando de cuidarte la piel durante tu sueño. Cada vez que le decía que te dejase descansar me decía: “Mamá, cuando Iri se despierte querrá verse guapa por eso estoy cuidando su piel, que es el órgano más extenso y el que más hay que cuidar” – dijo imitando su voz. Me reí – Incluso dejó un pequeño espejo aquí para que te vieras al despertarte – me lo acercó.
Al principio me dio miedo por lo que me podría encontrar, pero me arriesgué.
Mi cara estaba muy bien, para mi sorpresa. Solo quedaban algunas magulladuras, pero la piel estaba tersa y suave.
- Parece que mi hermana hizo bien su trabajo.
- Iri, voy a hablar con el médico, ahora mismo vuelvo, ¿vale?
- Claro, mamá.
Ella salió por la puerta no sin antes besarme y dedicarme una de sus hermosas sonrisas.
Dejé el espejo en la mesita y comencé a pensar en todo lo vivido. Tras “casi” morir, había podido contactar con otras personas o, al menos, algo parecido. A Jake lo había oído, en cambio él a mí no, pero con Aremis había sido totalmente diferente. Le había hablado y me había escuchado. Era una conexión increíble. Sabía que tenía que hablar con ella pero no tenía claro como hacerlo.
- ¡IRI!
Y tras ese grito, mi hermana se abalanzó sobre mí. Me besuqueó, me abrazó, me sonrió.
- Te he echado de menos hermanita.
- Si, yo también, pero desde luego a ti no. ¿Dónde está mi verdadera hermana? ¿Quién me la ha cambiado?
- Ella se rió. No digas tonterías. Mira lo que te he comprado – cogió una bolsa que había tirado por lo suelos es su ataque de felicidad y de ella sacó un blusa. Me la enseñó. Era preciosa. Cien por cien mi gusto no el de ella, para mi sorpresa – Es para compensar la que se estropeó en el accidente.
- Es una pena. Era mi blusa favorita. Lo gracioso es que creía que era mi camisa de la suerte, pero empiezo a dudar de eso después de lo que pasó.
- Iri, los objetos no te dan suerte. La suerte se la gana uno, de ahí que pueda ser mala o buena.
- Vaya, yo me debí portar muy mal, ¿no? – dije sonriendo.
- No… No te enteras. Cuando algo malo pasa no es por mala suerte, en ocasiones es una forma de indicarte que tienes que cambiar tu rumbo para ganarte esa buena suerte.
- ¿Cambiar mi rumbo?
- Claro. Por ejemplo, a la tal Aremis esa no la soportaba después de que me tiró aquel refresco encima, y empecé a hacerle el vacío. Pero después a ti te pasó eso, y ¿quién te reanimó? Ella. Eso es una forma de indicarme que no es mala persona y que debo portarme mejor con ella porque tengo una deuda con su persona.
Los infantiles pensamientos de mi hermana reactivaron una neurona de mi cerebro que creía dormida. Si eso era cierto tal vez el rumbo que debía tomar giraba entorno a Aremis. A lo mejor en eso consistía. Ella me oyó y fue quien me ayudó. Pero qué debía hacer ahora. Seguía sin entender muy bien qué hacer.
- Vicky, ¿sabes por qué Jake no ha venido?
- Pues no sé, la verdad.
- ¿Tienes su número de teléfono?
- Pues claro – abrió su bolso y extrajo el móvil. Tras marcarlo, me lo tendió – Toma.
- Gracias.
Lo cogí y le di a la tecla de llamada. Me saltó el buzón de voz y le dejé un mensaje: “Hola Jake. Quería pedirte perdón por todo lo que te dije. Me gustaría verte. Bueno, estoy bien y gracias por las flores. Son preciosas”. En los tres días que siguieron le dejé otros muy parecidos pero ninguno obtuvo respuesta.
- Oye y el de Aremis… No, dudo que lo tengas…
- Por favor, ¿es que no conoces a tu hermana? – cogió el móvil y empezó a investigar. Lo cierto es que tenía su número, pero en mi móvil y sabía que había tenido su fin en el momento en el que yo casi lo tuve – Aquí está. Para que veas. Tengo el del móvil y el de su casa.
Se lo arrebaté ansiosa de las manos.
Llamé a su móvil, pero como esperaba saltó el buzón de voz y yo, volví a dejar un mensaje: “Hola Aremis, soy Iride. Quería darte las gracias. Me gustaría volver a verte y agradecerte en persona. Siento mucho el susto que te di. Gracias otra vez”.
Observé el número de teléfono de su casa. Lo cierto es que me sabía fatal andar perturbando la tranquilidad de esas personas. Jake, Aremis, incluso mi familia. Había provocado que todos se asustaran y sufriesen por mí. No era justo. Me sentía mal, quería disculparme con ellos, lo necesitaba y no solo yo, mi cuerpo, mi mente, también mi alma.
Pulsé “llamar”. Al poco descolgó el teléfono una mujer, parecía anciana. Deduje que debía ser su abuela.
- Hola, soy Iride. Está Aremis.
- Hola, Iride. ¿Qué tal estas? Ya he sabido lo del accidente, lo sentí mucho de verdad.
- Muchísimas gracias, señora. Fue un susto, nada más. Ahora estoy bien y deseando poder ver a Aremis para darle las gracias y, tambien para…
- ¿Sí?
- Para disculparme. Supongo que no es justo el susto que le di y que se viera envuelta en aquello. Tendría sentido que no quiera venir a verme, lo entendería.
- Oh, no, cielo. Eso no tendría ningún sentido. Aremis se pondría pero no se encuentra demasiado bien estos días.
- Lo sabía, es por mi culpa.
- Paparruchas, no… - la interrumpí sin querer.
- ¿Pero está bien? ¿Se recuperará pronto?
- Sí, tranquila, ahora debes preocuparte por ti. Ella está bien, solo es que está comenzando una nueva etapa de su vida y tiene que adaptarse.
- Vaya… Creo que se a lo que se refiere - murmuré
Me pareció oír una risilla, pero pensé que fue mi imaginación cuando la mujer me preguntó:
- ¿Qué has dicho?
- Nada… Dígale que se mejore, que su amiga Iride quiere verla – no sabía si debía utilizar el término amiga, pero ¿cómo definirla sino?
- Por supuesto, yo se lo diré.
- Gracias. Siento haberla molestado.
- Para nada, cielo. Ha sido un placer conocerte. Ahora entiendo porque le caíste bien a Aremis – fui a preguntar pero la mujer se despidió tajantemente – Hasta pronto – en su voz percibí que lo decía a sabiendas. Conociendo con anticipación el hecho de que nos veríamos en poco tiempo.
Después de ese pensamiento supe que debía descansar.
Y así fueron transcurriendo los días. Mi padre regresó al trabajo pero salía antes para venir a visitarme, jugábamos a las cartas y me trajo un móvil nuevo, al fin. Mi madre se iba solo a casa para preparar cosas ricas para comer, y ¡cómo las disfrutaba! Deliciosas. Mi hermana, cuando me desperté volvió a ir al instituto, mis padres le perdonaron unos días porque no estaba de humor, pero a la salida venía a aquella habitación para contarme los chismorreos, hacer los deberes en mi cama y dedicarse a mí en cuerpo y alma, aunque sobretodo en cuerpo, mediante sesiones de belleza.
Tras ocho días en los que los médicos decían que aunque estaba bien no podía regresar a casa, porque debían hacerme más pruebas para asegurarse de que los golpes, sobretodo los de la cabeza que eran los que más les preocupaban, no derivasen en complicaciones futuras y además para dar tiempo a que mis costillas rotas se fueran curando al igual que el resto de fracturas, continué con la misma rutina.
Pero una mañana, la situación cambió.
Recibí una visita. Y fue del todo inesperada.

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