07 abril, 2010

El Alma que Lee (Capítulo 4)


Mi madre había entrado muy despacio en mi cuarto, y con su mano derecha acarició dulcemente mi frente húmeda.
- Iride – susurró – Cielo, ya es hora de despertarse – añadió.
Abrí lo ojos lentamente. Mi madre subió las persianas haciendo que entrara un poco de luz para poder vernos pero no demasiada para no deslumbrarme.
- Buenos días mamá – dije sentándome en la cama.
Ella se acomodó a mi lado y me colocó la bandeja del desayuno sobre las piernas. Cogió una galleta de chocolate, me besó en la frente y la mordisqueó.
- ¿Qué te pasa cielo? Parece que has sudado mucho esta noche, no tendrás fiebre, ¿verdad?
- No, estoy bien, pero muy cansada. Entre la fiesta y la mala noche que he pasado…

- ¿Y eso?
- No lo sé. Creo que he tenido muchas pesadillas, pero no me acuerdo y la verdad, lo prefiero así. Imagino que sería el cansancio acumulado.
- Es posible. Y el estrés causado por tu hermana – sonrió. Aquella mujer a pesar de sus años mantenía una expresión feliz y llena de juventud. Sus ojos eran verdes, al igual que los de Vicky y su cabello era rubio, como yo, pero corto y rizado. Lo único en lo que me parecía a mi madre era en el color de pelo, porque de mi padre no tenía absolutamente nada. Él tenía el pelo negro y los ojos azules, rasgos duros y curtidos y una sonrisa feroz como si se fuera a comer el mundo. A veces me sentía mal, porque a penas me parecía a ellos, en cambio Vicky jamás sería confundida con una hija adoptada como me pasó en más de una ocasión. Mi madre de pequeña siempre me decía que era igual que mi tatarabuelo, al que ella tuvo el honor de conocer desde muy pequeña y con el que había disfrutado de muchos momentos felices. A pesar de eso yo continuaba pensando que era mentira, que solo lo decía para consolarme, porque no teníamos fotos de él debido a que no le gustaba salir retratado; él decía que esos trastos te robaban el alma, así que nunca tuve pruebas de que fuese cierto.
Suspiré y mi madre me miró preocupada.
- ¿Estás bien?
- Ajá. Me estaba preguntando por qué me habías traído el desayuno a la cama, no hacía falta.
- Bueno, pues yo creo que sí que hacía. Te mereces que de vez en cuando te consienta y te mime, al fin y al cabo nunca pides nada. Y que menos que hiciera esto después de lo que tu hermana te ha hecho pasar.
En mi cara se debió ver lo ciertas que eran esas palabras. Cogí el vaso de zumo y comencé a bebérmelo.
Mi madre se volvió y se dio cuenta de la bolsa que había colgada en la puerta del armario. Se levantó y tras alcanzarla, la abrió.
- ¿No me digas que te pusiste este vestido?
- Vale, no te digo – y continué comiendo.
- Increíble, tu hermana se supera. Estoy deseando ver las fotos que os sacasteis. Bueno, voy a despertar a tu hermana que ya son las doce.
Me atraganté con el zumo y no pude evitar que mis sábanas se manchasen.
- ¡¿Qué?! ¿Las doce? – ella asintió con la cabeza – voy a llegar tarde, he quedado con Jake y aun tengo que ducharme y vestirme y… y… - no paraba de hablar mientras daba vueltas a la habitación buscando ropa y toallas.
- Venga, date prisa. Yo recogeré esto.
La besé y la estrujé entre mis brazos.
- Gracias mamá. Te quiero y, por cierto, te debo una – ella se echó a reír y yo salí a toda prisa de la habitación.

***


Lo cierto es que no tardé mucho en arreglarme, bueno, tal vez un poco. Pero no lograba decidirme en que ropa ponerme. No quería que Jake pensase que me preocupaba el hecho de que él me viera arreglada, pero tampoco quería que me viera hecha un desastre. Al final opté por unos vaqueros ceñidos con mi blusa favorita y que además me había traído suerte en varias ocasiones.
Iba caminando por el parque en el que me había dicho de vernos, cuando al fin lo localicé sentado en uno de los bancos de piedra junto a un pequeño jardín. Al verme se levantó y me abrazó.
- Pensé que no vendrías. Con lo de la fiesta y eso…
- Bueno, pues aquí estoy.
Nos sentamos. El silencio lo inundó todo. Un silencio incómodo. Hasta los pájaros se habían puesto en mi contra porque ni siquiera se les oía.
- ¿Qué pasa con mi hermana? – pregunté.
- Vaya, no te andas por las ramas, ¿verdad?
- No me parece necesario esperar más.
- Tienes razón – suspiró – Lo cierto es que como bien sabes me gusta tu hermana. Bueno, más bien, estoy loco por ella – en ese instante mi corazón pareció romperse y el pecho me dolía, pero no dije nada, esperé – Ella lo sabe porque hace unos días finalmente se lo confesé. No me dio ninguna respuesta, pero digamos que dejó claro que tenía posibilidades. Y estoy intentándolo todo, pero no consigo nada. Ayer… Bueno… Estaba con alguien y…
- ¿Los vistes? – me sorprendí de mis propios pensamientos, al fin y al cabo, eran acertados.
- Supongo que te refieres a aquel musculitos tan atractivo con el que tu hermana pasó la noche dándose el lote, ¿no? – me miró fijamente, yo no dije nada – Sí, los vi. Lo cierto es que en ese momento pensé que no tenía posibilidades pero no puedo rendirme tan fácilmente; si lo hago tu hermana pensará que lo que siento por ella no es real.
Me faltaba el aire a causa de una fuerte opresión en el pecho. Sentía que las lágrimas comenzaban a brotar. Pero me negué a llorar en aquel momento y si logré mantenerme fue gracias a Robert. Me acordé de lo que le había dicho la noche anterior, le aseguré que iba a cambiar mi vida y debía empezar a hacerlo. ¿Cómo? Pues me iba a hacer más fuerte, no podía venirme a bajo porque algo no salía como yo esperaba, si no hacía nada por conseguir lo que quería, qué podía esperar como resultado.
- Eres estúpido, Jake.
Él se volvió hacia mí, y me observó sorprendido y tal vez dolido. Es lo que tiene la verdad, que duele.
- No puedes estar enamorado de alguien que no conoces, Jake. Crees que Vicky es una persona magnífica y en ocasiones tal vez sea así, pero desde luego contigo no lo ha sido. Te ha estado utilizando. Para ella has sido un simple juguete.
- Eso no es cierto – noté la rabia contenida en sus palabras.
- Sí que lo es – afirmé tozudamente.
- ¡NO! ¡Es mentira! – se levantó enfadado. Por un momento me asusté, pero recobré la calma. Me puse en pie y me acerqué a él. Yo también estaba cabreada.
- No, digo la verdad. ¿O acaso es mentira el que te llamase para pedirte que fueras a recoger algo por ella a una tienda? ¿No te pidió que la acompañases a ella y sus amigas a algún sitio para luego decirte que te fueras? ¿No recurrió a ti siempre que necesitó ayuda y luego lo olvidó? – observé que sus hombros se habían relajado – Lo sé porque hace lo mismo con todos los chicos, no eres una excepción. Te ha utilizado. ¡Asúmelo!
Me giré dispuesta a marcharme pero me agarró del brazo.
- ¡Espera Iride!
- No. Estoy cansada de que todo el mundo me utilicé como medio para llegar hasta mi hermana, estoy harta de que solo exista Vicky y no Iride y lo que más me duele es que fueras tú, a quien creía mi amigo, el que lo hiciera esta vez. – me miró dolido y arrepentido – Espero que en algún momento entiendas mejor tus sentimientos y también los de los demás. Suéltame – se quedó quieto con la mirada perdida en mis ojos y aflojó su mano. Me liberé y eché a andar precipitadamente hacia el paso de peatones para alejarme de aquel parque.
Al instante escuché pasos que me seguían corriendo. Yo aceleré. No quería que Jake me alcanzara, por ese día no quería verle más la cara.
Miré a ambos lados de la carretera y crucé. Entonces lo oí. Hacía mí se dirigía un coche plateado y no tenía intención de frenar, justo cuando avancé un pie para correr, lo noté. El frío metal del coche contra mi frágil cuerpo.
Sentí como se me rompía algo por dentro y esta vez era real, aquel crujido lastimoso y, ante todo, doloroso. Mi cuerpo parecía ligero como una pluma, me percaté de que me encontraba volando por los aires sin forma de controlar mi aterrizaje. Y entonces me volví pesada sufriendo aquella caída. Mi mirada se volvió turbia, borrosa, lo poco que podía ver lo discernía de un color rojizo. Cerré aquellos ojos que no parecían míos. Aquel torso no podía ser mío, aquello no me podía estar pasando a mí. En ese momento, sentí el cuerpo vacío, completamente hueco.
Me encontraba mirando mi propio cuerpo. En unas condiciones lamentables. Estaba cubierta de sangre e inconsciente. Y observé a aquella supuesta yo que miraba el torso carmesí de aquella chica. Era líquida o tal vez gaseosa. No, tampoco, mi estado no era conocido por la ciencia. Ni siquiera poseía un color que el ser humano conociese, me recordaba a las nubes del cielo cuando parecen de algodón, un blanco esponjoso pero con luz y, al mismo tiempo, una unión de todos los colores del mundo, incluido la falta de color, el negro.
Había mucha gente alrededor de mi cuerpo. No los conocía. Pero junto a mí estaba Jake. Me sorprendió verlo llorando, llorando sin parar. Y allí estaba también ella.
Aremis me observaba con lágrimas de culpabilidad en los ojos, detrás de ella un chico al que no conocía la sujetaba impidiendo que se cayera.
Me percaté de que aquella luz etérea seguía unida a mi cuerpo. Y tomé una decisión. No iba a morir, al menos por el momento. Quería seguir viviendo. Tenía multitud de cosas que hacer. Debía pedirle perdón a Jake; conocer mejor a Aremis, se la veía una chica estupenda; disculparme con aquel chico, Robert; darle las gracias a mis padres por todo y también me apetecía ver la sonrisa infantil y consentida de mi hermana.
Ante mí vi unos ojos marrones que sin decirme nada, me lo decían todo: “Pues, entonces, ¿a qué estás esperando?”
Me acerqué a Jake, y posé mi mano en su hombro.
“Jake, ¿me oyes? Estoy aquí, ayúdame.”
“Lo siento Iride, es por mi culpa” se lamentaba. Agarró mi cuerpo y supe que si no hacía algo pronto me desangraría y no habría forma de regresar.
Miré a Aremis. Sentía algo en ella que no podía comprender. Era una especie de atracción. Me dejé llevar. Posé mi mano en su corazón quería que no llorase, no tenía razón. Ella no tenía la culpa y tampoco me conocía lo suficiente para sentirlo.
“Basta. Estaré bien” – le dije. Sabía que iba a salir de esa. Aquellos ojos marrones me lo habían asegurado de algún modo. Esto era una prueba más. Y tenía claro que no había llegado mi hora.
Sus lágrimas se detuvieron. Me aparté de ella y vi su consternación, su temor.
“Es mi culpa, es mi culpa. Sabía que iba a pasar y no hice nada. Mis sueños se hacen realidad aunque quiera negarlo. Pero no sabía que esto le sucedería a Iride. Iride, lo siento” – eran sus pensamientos, o puede que más que sus pensamientos lo que escondía en lo profundo de su alma, al igual que había leído a Jake leía ahora a Aremis, la diferencia era que no necesitaba tocarla. Entonces supe que ella me ayudaría. No sabía por qué, pero estábamos unidas por algún vínculo muy fuerte.
Tenía que hacerle saber que estaba allí, que era yo, que necesitaba ayuda. Su ayuda.
¿Pero qué decirle?
"Si no paras de llorar cuando me muera te enviaré a Vicky para que te atormente en tus peores pesadillas" – la amenacé al oído.
Su cara formó una mueca de espanto. Me había oído.
“Es tu imaginación, Aremis” – se decía a si misma.
Se me acababa el tiempo, las fuerzas me desaparecían.
“No estás imaginando nada, ¡reacciona!”
Sus ojos se abrieron como platos y deshaciéndose de las manos de su amigo se dirigió a mi cuerpo. Apartó a Jake y comenzó a hacer diversas maniobras de primeros auxilios y entonces noté que algo tiraba de mi pecho de tal forma que hasta me dolía.
Volví a ver aquellos ojos marrones acompañados de una agradable sonrisa que me decían: “Bien hecho”.
Sentí un aire helado en mis pulmones, a mi boca vinieron unos esputos de sangre que eliminé al toser y que me produjeron náuseas. El dolor era intenso, pero me gustaba sentirlo porque significaba que estaba viva. Supe que no quería volver a abandonar mi cuerpo hasta que fuera el fin de verdad y que me gustaba notar aquel martilleo constante en mi cabeza, aquellas punzadas en el pecho, porque era estupendo, porque…
- Así está mejor – pude oírme decir en voz alta, mirando con una sonrisa a los increíbles ojos en ese momento ambarinos de Aremis.
Luego todo fue oscuridad.

2 comentarios:

  1. Por un momento me ha acojonado enserio!
    No lo vuelvas a hacer!

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  2. No te preocupes, intentaré que no sea la última vez que te asusto! jeje :P
    Muakiss (L)

    Vale

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