18 julio, 2011

Los Ojos que Ven (Capítulo 9)

Todo me parecía extremadamente extraño. No entendía todo aquello y por momentos me parecía estar flotando entre nubes que me provocaban un desconocimiento extremo.
Frío, calor, temblores y desconfianza. La noche oscura no dejaba que viera más allá de lo que me permitían ver. ¿A dónde mirar cuando todo lo que te rodea se torna en inquietantes incógnitas?
Ahí estaba yo, entre ramas de árboles escalofriantes, pequeñas estrellas, ruidos de animales salvajes y bajo la atenta mirada de una niña que me recordaba algo que no acababa de desvelarse en mi mente.
Yo la miraba al mismo tiempo. ¿Estaba realmente donde creía encontrarme? Por momentos creía que no, pero todas las sensaciones que podía percibir me decían lo contrario. Podía oír la brisa del aire en el silbido de las hojas, podía notar esa brisa en mi piel, el olor de las flores del prado alejado que llegaba a mí y el sabor imaginario que se dibujaba en mi paladar de las fresas que crecían bosque adentro.
- Todos los sentidos menos uno - Oí a la pequeña criatura que seguía mirándome ahora sentada junto a la puerta de aquella casa surgida de la nada.
- ¿Cómo dices? – No entendía nada de nada. Aquello me provocaba sensaciones surrealistas, como si me encontrara en un lugar desconocido y aislado de la realidad.
- Todo lo que se ve no es real, al igual que todo lo que no se ve puede volverse real…
- ¿Quién eres?
- Ya te lo he dicho, no creo que tenga que repetírtelo. Tú ya sabes quién soy, pero no quieres verlo.
- ¿Qué debo ver? – No me contestó. Me miraba seria mientras movía entre sus dedos un pequeño oso de peluche. Un escalofrío se apoderó de mí. Otra vez aquella sensación de que conocía a aquella niña que se hacía llamar Peann.
Peann. Ese nombre también me decía algo, pero, ¿qué? La observé de arriba abajo intentado descubrir lo que me atormentaba y quería aflorar en mi cabeza y mis recuerdos. Iba toda vestida de negro con un vestido que le llegaba hasta las rodillas y una cinta con una pequeña flor en la cabeza. Los ojos tenían un color un tanto especial que a la luz de la luna se mostraban como dorados. Pelo castaño… Todo aquello no me decía nada. No entendía y tampoco sabía por qué continuaba allí todavía.
- ¿Cómo es que estás sola? – Le pregunté finalmente.
- Mis padres murieron, ya te lo he dicho – Asentí.
- Sí, pero tendrás a alguien que cuide de ti, ¿no?
- Tenía a alguien, pero cuando se fue me dejó aquí y no ha querido volver a recogerme hasta ahora.
- ¿Cómo? – Pregunté sin entender absolutamente nada. Estaba perdida en la noche, en la conversación y en mi vida en general. No sabía por qué había vuelto ahí, no sabía qué debía buscar, no sabía nada. Más tarde me daría cuenta de que era preferible vivir en la idiotez de desconocer.
- Te olvidaste de mí – Me dijo mientras apretaba fuertemente el oso de peluche contra su pecho y me miraba mientras yo, con los ojos como platos, intentaba comprender tan sólo una de aquellas palabras que me sonaban a chino – Te fuiste. Me dejaste. No me diste la oportunidad de permanecer a tu lado. Te fuiste. Te fuiste. Te fuiste – Repetía una y otra vez mientras aquellas dos palabras rebotaban en mi cabeza provocándome el mayor de los dolores. El que se siente en el alma cuando te arrancan una parte de ti.
- ¡BASTA! – Grité mientras me tapaba las orejas intentando alejarme. Cerré los ojos esperando abrirlos y estar en cualquier sitio menos allí.
- Yo sólo quería que me dejaras estar contigo. Me necesitabas para no perderte. Pero me dejaste aquí, sola.
- ¡No sé quién eres! ¡¿Cómo te voy a abandonar si ni siquiera te conozco?! – Seguí chillando como una posesa mientras me levanté para alejarme. Di cuatro pasos y volví a oír la voz a mis espaldas.
- Y una vez más te vuelves a ir. Creía que habías vuelto a por mí.
- ¡¿QUIÉN ERES?! – La desesperación y el dolor se apoderó de mí. Lloraba, pero no sabía por qué. Ya no veía nada porque las lágrimas me nublaban la vista. No quería estar allí, quería volver a casa. Daba igual el sitio dónde estuviera, siempre me provocaría dolor e inquietud.
En la nada de mi visión comenzaron a aparecer imágenes. Mucha gente. Negro por todas partes. Sol reluciente. Dolor. Miedo. Lágrimas. Yo.
Era el funeral de mis padres. Había estado tantos años intentando alejar ese recuerdo de mi cabeza que parecía que casi lo había conseguido. Me veía a mí, aunque no lograba verme la cara. Pero, podía imaginar que no estaba llorando. Fue en ese momento cuando empecé a guardarme mis sentimientos. Mi hermano estaba junto a mí, al igual que toda esa multitud de gente vestida de luto. Recordaba lo que pensaba. Odiaba el sol por estar iluminando aquella escena que provocaba en mí el más horrible de los dolores. Mi abuela me cogía de la mano, pero no para consolarme, sino para que yo la consolara a ella. Miraba hacia la nada con sus ojos verdosos como si allí a lo lejos pudiera ver la mayor de las catástrofes.
Miraba mi recuerdo con atención. Todo el mundo se iba y mi abuela tiraba de mí para que también abandonáramos el lugar. Al final decidió dejarme allí. Me acerqué a sus tumbas recién cubiertas por la tierra aún húmeda. Estaban recubiertas de las más hermosas flores que yo regué con lágrimas que sabían a puro dolor. Y allí, junto a ellos, dejé descansar algo que quería que permaneciera para hacerles compañía. Allí dejé a Peann, mi osito de peluche. Allí se quedó mi infancia. Allí se quedó mi felicidad. Allí se quedó mi entendimiento. Mi esperanza. Mi alegría. Mis ganas de conocer. Mi visión.
Allí me quedé yo. Y ahora que había vuelto, quería recuperar lo que abandoné y me hacía tanta falta. Quería recuperarme a mí misma, porque del lugar sólo se fue mi cuerpo, pero permaneció mi vida.
Permanecí sola y triste. En la oscuridad, en un recuerdo, en un dolor constante. Pero ahora sabía cómo arreglarlo y sabía que aquello tan sólo era un sueño que me traía respuestas y por una vez, tan sólo por una vez, pude ver la cara que había olvidado. Aquella niña que se encontraba ante mí y me recriminaba que la hubiera abandonado era yo y veía esa misma cara en el funeral.
Era el camino hacia mis respuestas. Sólo que no iba a ser tan fácil como yo esperaba, ya que este camino tenía más de una dirección.
De momento, sólo acudían a mí meras palabras de la memoria.

4 comentarios:

  1. hola de nuevo! siento haber tardado tanto, pero ya he leído la historia y ME HA ENCANTADO!! ^^
    me ha enganchado completamente, me gustan sus personajes, el misterio, la magia, y el modo de contarla... de expresar los sentimientos de las protas, realmente es muy fácil empatizar con ellas :) es increíble
    espero que volváis pronto con el capi 10 de Iride y Aremis !!
    un saludico!

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  2. Muchaaas graciaas!!!! ^^
    Nos encanta que te encantee y sí, esperamos volver pronto!
    Un besazo!

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  3. Hola!! Veo que solo llevas 9 capitulos de magnifica historia y me los he leido todos del tiron.
    Me parece que esta genial y que tiene un factor que te engancha.
    Espero con impaciencia el 10 y por eso te voy a seguir, avisame cuando lo subas plis!!

    Yo soy escritora, te dejo mi blog: www.amormasalladelaunicidad.blogspot.com
    Espero una valoracion tuya de lo que escribo. Un beso

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  4. Hola guapísima!!! Lo cierto es que son dos historias. Yo escribo "Los Ojos que Ven" y mi amiga y también escritora Valeria escribe : "El Alma que Lee", son paralelas! Pero me alegra que te guste, intentaremos tener pronto los nuevos capítulos y sin lugar a dudas me voy a pasar en seguida por tu blog :)
    Un besito grande y muchísimas gracias por tu comentario y por seguirnos! :)

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