23 mayo, 2010

El Alma que Lee (Capítulo 9)


Nos encontrábamos allí. En aquella tienda. Paredes ocres y parqué en el suelo. Los aromas del ambiente me relajaban profundamente. Una voz sosegada y dulce que salía desde detrás del mostrador se dirigió a nosotros.
- Buenas noches. Bienvenidos a Aura, ¿qué desean?
Yo la observé detenidamente. Era una mujer joven, estaría en la treintena, de cabello cobrizo y ondulado recogido con un lazo blanco. Mantenía una sonrisa amplia y mucha vitalidad en su mirada.
- O mejor dicho, ¿qué deseas? – preguntó centrando su atención en mí.
- Lo cierto es que venía buscando algún libro con información sobre la unión de las almas.
Aquella mujer sonrió.
- Ah, un tema muy interesante, desde luego. Sí, sí que tengo algo sobre eso. Mientras lo busco, por favor sentaos y servios un poco de té – nos invitó señalando una pequeña mesa con tres sillas junto a la pared, después desapareció tras la cortina del almacén.
Miré a Jake y ambos nos acomodamos en la pequeña mesa de hierro forjado. Ninguno dijo nada. Esperamos en silencio siguiendo mentalmente el compás del reloj, aunque apenas pasaron unos minutos a mi me supusieron horas.
- Bien. Aquí está – oímos a nuestras espaldas.
Aquella mujer se acercó a nosotros y sentándose depositó el libro sobre la mesa. Muy despacio comenzó a servir el té, parecía como si siguiese un ritual. Nos ofreció una taza a cada uno. Tras probar el té, me observó detenidamente.
- ¿Sabes? No creo que necesites realmente la información de este libro.
- Perdón. ¿Qué quiere decir?
- Por favor, trátame de tú, eso de usted me hace sentirme vieja, y podéis llamarme Aurora.
- Ahora entiendo el nombre de la tienda – comentó Jake.
- Ah, no, encanto, el nombre de la tienda es por mi don.
No pude evitar reírme al ver la cara de incredulidad que en ese momento tenía Jake.
- Entonces, Aurora, ¿tu don consiste en ver el aura de las personas?
- Veo que eres rápida, cielo. Sí, exacto en eso mismo consiste. Por eso puedo decir que el aura de tu amigo es verde, le gusta ayudar a todo el mundo, pero en especial a quien ama.
Ese comentario provocó que mi corazón se acelerase. ¿Tal vez ella había intuido algo de mis sentimientos?
- Pero me llama mucho más la atención tu aura, querida. ¿Cómo te llamas?
- Iride.
- Bonito nombre. Tu aura es blanca, blanca como la cal, pura y luminosa.
- Pero, que sea blanca tampoco es nada especial, ¿no? – Aurora sonrió ante mi comentario.
- Bien, bonita, las auras están formadas por siete halos, que se corresponden con los siete chacras, pueden tener hasta once colores diferentes, el color que más se repite es el perteneciente a la persona, luego puede haber una tonalidad secundaria y el resto suele cambiar según las emociones y el estado de ánimo de la persona. En cambio, toda tu aura es blanca, a penas se diferencian las líneas que dividen un halo de otro, por no hablar del hecho de que el blanco es un compendió del resto de auras.
- Y eso quiere decir que…
- No importa qué quiere decir, cielo. Tú no crees el hecho de que eres especial así que no seré yo quien intente imponértelo, al fin y al cabo, todos somos distintos, todos especiales; la diferencia es que entre unas personas y otras hay algunas, muy pocas, es cierto, que están destinadas a algo más, porque se les concedió algo muy especial, algo que nadie más podía poseer, tan sólo ellas por eso se consideran “especiales”, simplemente están “tocadas”.
- ¿Tocadas? – preguntó extrañado Jake.
- Sí. Tocadas por la gracia divina.
- Quiere decir que tengo este don porque Dios me lo concedió.
- Bueno, más que Dios, su mano derecha; pero divina de todos modos.
- Espera un segundo – reaccionó Jake - ¿Qué don?
Yo misma no sabía que responder, no tenía muy claro qué decir porque tampoco sabía cuál era la respuesta. Aurora lo miró sonriendo y le hizo un gesto con la cabeza para que él me mirara a mí. Miré a los ojos de Jake. Y respiré profundamente tratando de entenderlo. Y en ese instante lo sentí. Esa presión, esa incomodidad, aquel temor a que le pasase algo a alguien querido. Jake seguía observándome. Volví a respirar y me dejé hundir en aquel lago de lodo que eran sus ojos castaños. Preocupación, tristeza, dolor. Preocupación, tristeza, dolor. Se repetía una y otra vez. Me hundí un poco más. Y lo vi. No quería perderme como había estado a punto de ocurrir, si era verdad lo que Aurora decía y estaba destinada a realizar un bien mayor, me expondría a un grave peligro y él podría perderme.
Mi corazón había parado de latir y se puso en marcha muy poco a poco, con latidos muy lentos y acompasados. Fui saliendo de aquella profundidad y me encontré a Jake acuclillado a mis pies, sosteniéndome por los hombros.
- ¿Iri? ¡Iride! ¡Respóndeme! ¿Estás bien? Tus ojos… - Se giró hacia Aurora que estaba buscando algo en un cajón - ¿Qué le has hecho?
- Oh, yo nada, guapo – se acercó y me tendió un pequeño espejo de mano – Ten, observa.
Al ver mi reflejo no me reconocí, mis ojos ya no eran marrones, ahora eran ambarinos y no pude evitar pensar en Aremis, cuando me salvó la vida también eran de ese color. Pero de repente, volvieron a ser de ese insulso marrón que nunca había sido de mi agrado.
- No te preocupes, Jake. Estoy bien – le confesé sonriendo – Gracias, Aurora.
- Si yo no he hecho nada, preciosa. Has sido tú. Pero ahora ya sabes cual es tú don.
- Sí, pero sé que me falta algo, – me miró suspicaz – mejor dicho, alguien – aquella sonrió.
- Aja. Pero no debes preocuparte, como bien sabes aquellas almas que se complementan vuelven a unirse en algún momento porque no pueden estar separadas eternamente. Así que volverás a encontrarte con ella, y con alguien más.
- ¿Alguien más? – Aurora respondió con un asentimiento.
- ¿Me vais a explicar algo de lo que está pasando?
- Si sigues haciendo preguntas mientras yo trato de pensar, seguramente, no.
Jake frunció el ceño pero no me importó. Acaricié con la yema de mis dedos aquel libro que había sobre la mesa. En la portada tenía incrustada una piedra azul que me atrajo irremediablemente, pero no la toqué, solo la observé. Rocé la cubierta, también azul y sentí una especie de paz que me preocupó, aquella paz total no existía en la tierra.
Giré mi cabeza hacia Aurora.
- Creo que no me llevaré el libro, pero si alguna vez lo necesito ¿podré volver?
- No tienes que necesitar el libro para regresar Iride, las puertas de Aura estarán siempre abiertas para ti y tus amigos. Pero tranquila, cuando necesites este libro, si es que lo necesitas, seguirá aquí.
Asentí con la cabeza.
- Una pregunta.
- Aja.
- Sentir lo que siento no es malo, ¿verdad? – Aurora mostró incomprensión – Quiero decir, sentir lo que preocupa o atemoriza a los demás, tanto las cosas buenas como las malas, el hecho de sentir todo eso, no me hace ser una mala persona, ¿no?
Ella sonrió, se acercó a mí y me acarició la mejilla.
- Cielo, si te han concedido este don, no es solo porque puedes hurgar en los sentimientos de los demás sino que lo tienes para poder ayudar a aquel que lo necesite, pero ya sabes que…
- Yo sola no podré ayudar a nadie – terminé su frase – Gracias, Aurora.
- No, gracias a ti, encanto, por hacerme partícipe de algo tan importante.
Nos abrazamos y ya estaba a punto de salir por la puerta cuando me volví y miré a aquella dulce mujer a los ojos.
Le sonreí.
- No te preocupes, tendré cuidado y todo se arreglará; al fin y al cabo, tú también eres especial, también estás tocada por la gracia divina.
Pude ver como una lágrima silenciosa resbalaba por la mejilla de Aurora pero no me detuve y Jake tampoco. Ambos salimos a la calle e hicimos sonar aquella campana cuando la puerta se cerró tras nosotros.

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