Tras el que me pareció el viaje más largo y escalofriante de mi vida, así como insoportable debido al agradable niño situado detrás de mí y que una vez tras otra arremetía con todas sus fuerzas inacabables patadas a mi asiento, aterrizamos en el aeropuerto y sentí que volvía a respirar.
Tomé mis maletas, que no eran pocas a causa de la insistencia de mi abuela de que todo era importante, y en cuanto pasó un taxi libre hice la señal para que parara. Me subí contenta de estar de nuevo en casa, solo en aquellos momentos me di cuenta de lo mucho que había echado de menos todo aquello. Le indiqué amablemente al taxista el destino al que debía llegar y luego me acomodé, al fin, en el asiento del copiloto dejándome llevar por la suave música procedente de la radio mientras mis ojos volvían a situar todos aquellos paisajes en mis más profundos y a la vez especiales recuerdos.